Raquel Fernández Santos con toda franqueza… Project Interview

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“La escultura es el arte de la inteligencia”

Pablo Picasso

Raquel Fernández Santos_Escultora_Madrid

Cuando la escultora Raquel Fernández Santos empezó a trabajar en un Memorial a las víctimas de Fukushima se inspiró en el origami de la grulla: símbolo del canto a la vida y a la esperanza. Mucho tiene que ver con ella misma: Una mujer bella, valiente y luchadora que ha superado diversas dificultades, sin perder la sonrisa ni ese buen humor contagioso.

A una edad que muchos consideran demasiado avanzada para cambiar de rumbo, Raquel decidió volver por fin a lo que siempre había sido su vocación: La escultura.

Hoy es una escultora emergente de un gran talento que va labrando su carrera profesional con pasos seguros. Ha expuesto en varias galerías de España, en el Museo de Arte e Historia de Durango y en el Matadero de Madrid en el ámbito del Solo Project. Además, una escultura suya de seis metros y medio se encuentra en el patio de un bloque de viviendas protegidas en Valdebebas.

Muchas gracias, Raquel, por dedicarme esas horas llenas de complicidad, sonrisas y carcajadas…

¿De dónde vienes?

Vengo de Madrid, de una familia de clase media. Al poco de casarse, mis padres se fueron a Venezuela a trabajar. Así que con once meses yo también fui a Venezuela y volví a España con diez años. Supongo que es por eso que tengo un amor especial a América Latina. En aquella época Venezuela era maravillosa, llevábamos una vida muy avanzada comparada con España.

¿Y tus raíces artísticas? ¿De dónde te vienen?

Creo que mi amor al arte me viene de mi padre. A él le gustaba mucho la pintura y la música. Fue él quien me llevó a mis primeras exposiciones y en casa siempre ponía música los fines de semana. A pesar de su gusto por el arte, a él le hubiere gustado que estudiara Medicina, pero con diecisiete años empecé mis estudios en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Madrid.

¿Cuándo empezaste con la escultura? 

Estudiaba diseño y un día bajé a la clase de modelado para investigar, aunque me daba un asco terrible meter las manos en el barro. Ese día me vio Don Venancio Blanco que era un de los profesores y un maravilloso escultor. Yo no me tomaba la clase muy en serio, me gustaba ir a hablar con unos y otros, pero al cabo de unas semanas, Venancio su puso muy serio conmigo y me dijo: “A partir de mañana te quiero ver aquí todos los días, trabajando.” Se lo agradeceré toda mi vida. Vio algo en mi y me obligó a ir a clase para que me pudiera dar cuenta que eso era lo mío. Dejé todas las otras asignaturas y me dediqué exclusivamente a la escultura.

La importancia de los buenos profesores…

Efectivamente… Me acuerdo también de cómo me empezó a hablar de los grandes escultores. Un día viendo mis esculturas me dijo: “Oye, Raquel, a ti te gusta mucho Henry Moore, no?” Yo no sabía ni siquiera quién era Henry Moore, así que me mandó a la biblioteca y cuando vi fotos de sus obras me quedé estupefacta y muerta de vergüenza… ¡Era como si le estuviera  copiando las obras al mismísimo Henry Moore!

¿Sin haberlas visto?

Eso, sin haberlas visto. Me parece que existe una consciencia interestelar o una memoria colectiva que  llevamos todos incorporada. Este verano en Sausalito, California, ví en la calle una gran escultura que me dejó muerta. ¡Era parecidísima a una pieza mía que acababa de entregar en esa ciudad dos días antes! ¡A veces veo fotos de esculturas de otros artistas que se parecen muchísimo a esculturas mías, o las mías a las suyas! Puede que lo haya visto sin verlo. De alguna manera llevas eso dentro, te vas a tu taller y haces una escultura sin saber que se parece a algo que habías visto antes. Estoy convencida de que algo de eso hay. A Henry Moore no le había visto, pero a partir de ahí empecé a estudiar toda su vida y su magnífica trayectoria. ¡Me pareció maravilloso! Él fue mi primer escultor inspirador.

¿Cómo siguió tu trayectoria artística?

Hubo una gran interrupción. Yo siempre he sido muy rebelde. Mi padre, me daba la paga todas las semanas. Al cabo de un tiempo, supe que quería ganar mi propio dinero y no depender de él. Así que, al final, lo del dinero fue un detonante. Podría haber seguido estudiando y depender de él. Sin embargo elegí otro camino; trabajar y ganar mi propio dinero. Ser independiente.

¿Dejaste los estudios para empezar a trabajar?

Sí. Para ser escultora necesitas bastante dinero para pagar un taller, los materiales, etc. La producción es muy cara. Y yo quería conocer mundo y ganar algo de dinero. Empecé con varios trabajos horribles. Trabajaba en tiendas, por ejemplo en el primer Drugstore que abrió en Madrid, vendiendo cosas hasta las tres de la mañana. Luego me salió un trabajo como recepcionista hasta que se presentó la oportunidad de hacerme azafata de Iberia.

¿Fuiste azafata de Iberia?

Eso es. Pensé: ¿Por qué no me voy a volar?  Era una buena manera de recorrer mundo y en aquella época se ganaba una pasta! Creí que no me iban a coger, me decía que no era ni guapa, ni tenía enchufe, pero entré; ¡sin bellezón, ni enchufe!

¿Y dónde se quedó tu amor por el arte?

Uff… Mira, cuando empecé a volar pensé que lo iba a hacer durante unos pocos años. Pero eso al final es un autoengaño, porque desgraciadamente te enganchas a esa forma de vida, te creas una serie de necesidades que tienes que mantener con dinero y al final no ves el momento de dejarlo. Sin embargo, durante treinta años tuve el arte en mi cabeza; siempre estaba eso ahí, sabía que volvería a hacer algo en el arte, lo necesitaba y lo tenía claro, aunque también durante esos treinta años tuve muchos momentos de angustia, de decirme “¿cuándo voy a hacerlo? ¿Cuándo y cómo?” Fue angustioso.

¿A pesar de ello fueron años inspiradores?

La verdad es que sí, los aproveché a tope. Cuando iba por ahí a Nueva York, Chicago, América Latina lo primero que hacía era buscar todas las exposiciones interesantes. De hecho, la primera expo grande que vi de Henry Moore fue en Santiago de Chile. Iba en el autobús del aeropuerto al hotel y vi en un maravilloso Palacio el cartel que la anunciaba. ¡No me lo podía creer! Fui al hotel a descansar un rato y enseguida me puse en marcha. Había visto piezas sueltas de Moore, pero la expo de Santiago de Chile fue gigante y la vi casi por casualidad. Digamos que gracias a mi trabajo de azafata he podido ver exposiciones maravillosas por todo el mundo. Además el hecho de ver expos en otros países te enseña mucho; es interesante ver cómo las montan, qué tipo de gente va a visitarlas, las diferentes maneras de aceptación de las obras, los espacios diversos… Eso al final también te alimenta e inspira.

¿Cuándo llegó la inflexión y la ruptura con un trabajo “tradicional”?

Tenía cincuenta años recién cumplidos y muchas ganas de volver a hacer escultura. Conocí a una mejicana maravillosa, Alfia Leiva, que es escultora y profesora de la UNAM, la universidad de DF, y que, además, tenía una fundición. Ella me invitó a su casa y a trabajar en su fundición. Tenía eso ahí, pero no sabía ni cómo ni cuándo. Resultó que Iberia me dio un mes de vacaciones forzosas en octubre. Me casaba con mi actual marido en diciembre y había pensado preparar todo para la boda, pero de repente supe que me tenía que ir a Méjico todo ese mes. No me lo pensé dos veces y me marché.

Un mes en una fundición en Méjico, ¡qué maravilla!

¡Sí! ¡Fue maravilloso! ¡Una explosión de inspiración! No había tocado el barro en todos esos años. Me acuerdo que mi amiga me dio un trozo de cera. Nunca había trabajado con la cera. Aún así, en dos días terminé una escultura preciosa como si no hubiera pasado el tiempo. Luego empecé otra y luego las fundí en la fundición. Fue una experiencia brutal. Cuando volví a Madrid, tenía claro que iba a volver a la escultura, sí o sí. Volví a volar, queriendo ser siempre independiente, pero de alguna manera buscando la manera de poder hacer también escultura al mismo tiempo, poder tener un estudio y trabajar. ¡La mecha estaba prendida!

¿Y qué pasó?

A los tres meses de casarme caí enferma, de golpe. Tuve un neumotórax. Estuve hospitalizada durante un mes con un tubo enchufada a la pared. Es una enfermedad que suele tocar a chicos jóvenes, altos y delgados y como puedes ver no encajo en ninguna de esas categorías. Pero me tocó.

¿Cómo seguiste?

Quedé mal de la operación y pasé por muchísimo dolor, de hecho estuve dos años en la unidad de dolor. Fue muy, muy duro. Fueron muchos cambios de golpe. Casada, hacía diez años que vivía sola con mi hija, postrada en una cama sin poder moverme, con un dolor que me volvía loca. Así estuve un año y medio. A partir de ese momento no pude volver a volar, pero tenía que seguir trabajando en una oficina de Iberia. Ya no me gustaba volar, pero tampoco quería estar en una oficina. Al final caí en una depresión. Pero soy muy luchadora, siempre he sido tremendamente luchadora y tiré para delante. Un día me dije que se acabó, quería volver a estudiar escultura. Por mucho que había estado haciendo escultura ese mes en Méjico, supe que quería tomármelo en serio y volver a estudiar. Así es que pedí una excedencia en el trabajo y volví a la Escuela de Arte La Palma durante los siguientes tres años.

¿Gracias a la enfermedad vino el cambio?

Eso es. A veces gracias a un golpe duro como una enfermedad, reaccionamos. Gracias a ella pude volver a mi rumbo y reiniciar mi vida. Además no me lo planteé como si una señora mayor y enferma hiciera un cursillo en su tiempo libre. No, para nada. Esta es mi nueva vida. SOY ESCULTORA. Y tengo la suerte de no necesitar el dinero, no dependo de nadie. Tengo una pensión por invalidez y la escultura me la tomo muy en serio, no como un hobby, sino como mi profesión; hago esculturas, porque es lo que más me gusta y para venderlas y salir adelante. Antes, en mi carnet  de identidad ponía azafata; ahora pone escultora.

Trabajas sobre todo con el metal. ¿Qué te atrae de él?

Es curiosos nunca pensé que iba a trabajar el metal. En la escuela siempre trabajas primero la madera, luego la piedra y después el metal. Y por supuesto modelas en barro que es la base de todo, ya que primero lo modelas y luego lo pasas a uno u otro material. Me gustaba la madera, la piedra me pareció interesante, porque es asombroso ver cómo sale algo de un trozo de piedra, como algo toma forma. Además casi siempre trabajé poniendo material no quitando. Así que me pareció interesante. Pero cuando empecé con el hierro algo se movió en mi. Yo soy muy intuitiva y supe que algo me pasaba y el taller me gustaba mucho. Pero había algo más… Me encantó el fuego, ver como a base de calentar y de dar golpes podías cambiar la forma del metal. No era modelar, ni quitar, ni poner material, sino todo a base de calor, golpes y soldadura. Entró en juego el calor y el fuego y eso para mi era muy novedoso y muy potente y me dejó totalmente hechizada. Por otra parte, aunque el metal parece tan duro, tiene su parte delicada, se raya enseguida y tienes que volver a pulirlo.

A lo mejor un poco como eres tú: poderosa y luchadora, pero también vulnerable y sensible…

Efectivamente, soy aparentemente muy dura, muy fuerte, pero luego me vengo enseguida abajo y soy muy sensible. Sí, soy un poco metal, aunque no tan flexible. Muchas veces me doy una y otra vez contra la misma pared…

¿Así que en la fragua de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos empezó todo?

Ahí me empezó a gustar muchísimo el metal y para mi proyecto de fin de carrera elegí ese material. Quise hacer un Memorial a las víctimas de Fukushima y no tuve que pensar en qué material lo quería hacer. Estaba claro que lo iba a hacer en acero corten. ¡Clarísimo! A día de hoy todavía no sé por qué. Lo podía haber hecho en piedra, según el diseño, o en madera, pero sentí que tenía que ser acero corten y que tenía que estar oxidado. Me lo pidió la pieza. Desde entonces nunca he dejado el metal. Aunque ahora también me tienta hacer algo en madera, cosas que tengo pendientes en el taller y que quiero terminar.

¿Cómo surgió la idea del Memorial de Fukushima?

Quería hacer un memorial a las víctimas y empecé a profundizar en la cultura japonesa. Encontré el origami de la grulla que significa el canto a la esperanza, a la vida y además ayuda a devolver la salud a las personas enfermas. La idea me pareció muy poética y tenía que ver conmigo, con una persona algo mayor como yo que vuelve a iniciar su vida con lo que siempre ha querido hacer. A partir del origami de la grulla me basé en el módulo del triángulo. Ese módulo, aparte de ser muy importante para mi, me da mucho juego a nivel plástico.

¿Qué significa el triángulo para ti?

Es un símbolo muy potente. En la naturaleza es la forma más estable, poderosa y dura; es casi irrompible y además es muy femenina. Representa nuestro monte Venus. Me gusta mucho por sus posibilidades y también por su simbolismo; las mujeres somos muy fuertes, muy potentes y muy estables, aunque a veces nos desestabilicemos. La mujer es un ser impresionante. Al relacionar una cosa con otra me di cuenta que me sentía muy cómoda con esta forma. Ahora mismo tengo en mi mente unas veinte piezas basadas en el triángulo y la grulla.

¿Con diferentes acabados?

Sí. El metal te permite eso, diferentes acabados según la materia prima. El acero inoxidable puede ser de tipo súper brillo espejo o mate o tener diferentes matices de brillo; es bestial. Dentro de los óxidos puedes oxidarlo rápidamente o que se oxide poco a poco. Entonces sale una cantidad de colores maravillosos. Si dejas la escultura fuera, cada día tienes una pieza diferente. El acero corten lo puedes también pintar. Existe una infinidad de posibilidades.

¿Es un proceso totalmente intuitivo, tanto la idea, como el material y el acabado?

Sí y no. Siempre hay un proceso intelectual y de investigación, como te explico arriba. Pienso mucho cuando estoy en la cama a punto de dormirme. Me imagino las piezas. También me vienen ideas cuando me despierto y me quedo en la cama con los ojos cerrados. Veo como voy construyendo la pieza, como la diseño y construyo. En cuanto abro los ojos se me desvanece la imagen y vuelvo a cerrarlos para atrapar ese momento y esa idea. Después viene la investigación, documentación, etc. Una vez en el taller no soy muy de dibujar, prefiero coger chapa, alambre, cartón o cualquier otro material y hacer varias maquetas. Pero antes de hacer la maqueta, la pieza lleva mucho tiempo rondándome en la cabeza. De hecho a mi maestro, Venancio Blanco, le gustaba mucho lo que hacía, pero no entendía cómo podía hacer las esculturas que hago sin dibujarlas antes. La verdad es que las pienso tanto dentro de mi cabeza que cuando me pongo con ellas las tengo ya muy desarrolladas.

Brancusi dijo “Cuando uno está en la esfera de lo bello, no se necesita explicaciones”

Es que no puede dar más en el clavo, Brancusi. ¡Otro de mis referntes! Es así. Con todo mi respeto para el arte conceptual que hay que explicar, a mi me gusta disfrutar sin explicaciones. No soporto que para entender o disfrutar una obra tengas que leerte tres folios. Me aburre. A lo mejor es interesantísimo, pero no tengo paciencia. Aunque últimamente hay personas que hacen unas cosas flipantes, muy modernas y muy atrevidas que aunque no me gusten, aprecio y admiro muchísimo. Me llama mucho la atención entender cómo se les ha ocurrido y ahí sí que me interesa que me expliquen cómo han llegado hasta ahí. Pero en general para mi es más importante que una obra me impacte y me conmueva desde el primer momento.

Tus obras no necesitan explicación…

No teorizo tanto sobre mi propia obra, y no me gusta tener que dar explicaciones, aunque claro que podría estar dando la plasta y teorizando un buen rato. No me gusta nada cuando te preguntan:”¿Qué quieres expresar con esto? ¿Qué significa?”. Claro que puede significar muchas cosas o sólo una, pero encuentro que es muy personal. Para mi la obra tiene que conmover, excitar o simplemente gustar o no gustar, sin más.

Está claro que todo tiene un proceso y eso para mi es muy íntimo. Pero también he de decir que me mueve poderosamente la estética.

¿Cuál es tu relación con el mercado del arte?

El mundo del arte hoy en día es muy duro. No da oportunidades a la gente y es muy mercantilista. Yo soy una recién llegada a este mundo, me siento una escultora novata y me doy las mismas leches que una escultora de veinte años. Me da mucha pena ver tanto mercantilismo y ver que muchos galeristas te tratan como si fueras una porquería. Yo siento un profundo respeto por el artista y por el galerísta, porque si no hay artista no existen las galerías. Y tener que pagar como artista para poder exponer tu obra o para que te lleven a una feria, es tremendo. Es al revés, soy la que produce el arte y quiero un respeto. Y cuando eres más joven tragas con muchas cosas. Yo también he pagado alguna vez para poder ir a sitios. Pero ya no, salvo que me interese muchísimo. Y lo que más me molesta es la falta de respeto, sobre todo en España, porque fuera, en general, tratan muy bien al artista.

Desgraciadamente en España existe una falta de respeto en todo, no solo en el arte sino en muchos otros ámbitos. Al final, la falta de respeto es una falta de cultura, porque aquí lo que se premia es la incultura, entonces como vas a respetar a un profesional o a un artista. Es una lastima. Pero volviendo a tu pregunta, de momento no tengo galería, voy vendiendo por mi cuenta, por mi página web, en mi casa. Las cosas están cambiando y el “modelo Galería” es tendente a desaparecer, hay nuevas fórmulas de negocio.

¿Te cuesta desprenderte de tus piezas cuando vendes?

Sí, de hecho hay piezas que sé que no venderé nunca, porque no puedo desprenderme de ellas. Y luego hay piezas que vendes aunque te duela, por un lado te alegras de vender, pero por otro te duele, porque son como un hijo tuyo.

¿Qué le falta al panorama artístico español?

Cultura, respeto y aulas. Si de la escuela quitas la Pintura, la Historia del Arte, la Música lo que creas es de antemano un grave problema.

Antiguamente, cuando yo iba al colegio, hacíamos modelaje, pintura, teníamos música y filosofía… ¿Cómo vas a quitar la música y la filosofía? Es lo que te amuebla la cabeza. Te tienen que educar en el arte desde pequeño y si no hay arte en las escuelas y el gobierno no lo promociona, creas incultura. El arte siempre es difícil de entender, sobre todo las vanguardias, porque van por delante, entonces si nadie te enseña desde pequeño, ¿cómo vas a tener cultura?

Te imaginas un día sin arte, sin música, sin teatro, ni museo… El arte te hace ser mejor, te hace creer en lo bello…

Yo lo siento así también. El hombre es religión, arte y trabajo. El arte es fundamental desde la prehistoria. Cuando trabajo en mi taller, me siento mejor persona. Y eso afecta positivamente a mi entorno.

Entre que fuiste azafata y profundizaste mucho en el origami de la grulla, veo que te gustan las alas. ¿Eres más de pies en la tierra o de volar?

Por un lado soy muy de pies en la tierra, pero luego tengo un lado muy soñador. Se me ocurren locuras pero al final me encanta estar aquí, con mi familia, mi hija, la tierra, aunque sueño, claro…

¿Eres más dura o blanda?

Por fuera dura y por dentro blanda.

¿Más masa o espacio vacío?

Espacio vacío para llenarlo de muy poca masa.

¿Más Brancusi o Moore?

Los dos, pero también de Serra. Una de las exposiciones más brutales que he visto fue de Serra y Brancusi en el Guggenheim de Bilbao ¡Me encantó! Serra es bestial con esas piezas enormes, casi gigantescas que hace. Pensar en poder hacer algo así, me fascina. Hice una pieza grande de seis metros y medio para unos edificios de protección oficial en Valdebebas y noté esa grandeza. No sé cómo explicarlo: Sale de ti una cosa tan grande que incluso tienes que usar una máquina para poder levantarla, disponer de un equipo que te ayude; es fascinante. Y luego, me encanta Chillida, por el metal, pero también por el hormigón. Estoy loca por hacer algo en hormigón. Algo grande. Y, por supuesto, pasé por mi fase Miguel Ángel durante los estudios. También me gustan Anis Kapoor y David Smith y en cuanto a escultoras Cristina Iglesias, Susana Solano, Mar Solís, Alicia Sáncez, Magdalena F. Merino.  Todas ellas me parecen muy potentes. No se habla mucho de las escultoras, empezando por Camille Claudel, pero ahí están.

¿Crees que a la mujer le cuesta más? Los estudios dicen que el porcentaje de mujeres artistas en las colecciones permanentes de los museos es mucho menor que el de sus colegas masculinos…

En los museos y en las colecciones privadas. Claro, a la mujer le cuesta mucho más. No sólo en el arte, sino en todo. Hay mujeres deportistas buenísimas que nunca salen en la prensa, por ejemplo. Creo que es culpa nuestra tenemos que hacer más ruido, dar más caña. ¡Ahí estoy yo! Pero si hay muchísimas mujeres en la escultura. Pertenezco a un grupo de artistas, Mínimo Tamaño Grande, en el que se unen escultores de bastante prestigio y otros novatos y emergentes como yo. Se trata de un grupo maravilloso, donde te acogen con cariño y te dan la mano para exponer todos juntos en diferentes sitios y en ese grupo concretamente hay muchas mujeres. Ahí también conocí a otra mujer que hizo su primera expo a los cincuenta. Es una cosa que reivindico. Se suele dar mucho apoyo a jóvenes artistas emergentes. Estoy en contra de que joven vaya al lado o se asocie a emergente. Hay personas como yo que soy emergente y además mayor y al ser mayor, mujer, artista y emergente posiblemente necesite más ayuda todavía. Pero pase lo que pase, ahí voy, siempre hacia delante.

¿De dónde viene tu buen humor?

Creo que del sufrimiento, de la vida dura. Me quedé sin padre muy joven, por un accidente de tráfico; fue todo muy trágico. Tenía con mi padre una relación muy estrecha, de amor odio eso sí, pero a la vez muy cercana. Luego me casé con un hombre muy complicado. Fueron unos años muy tremendos y duros, pero nunca he perdido la sonrisa, ni el buen humor. Siempre he sido así. Me animo enseguida, aunque esté deprimida. Sobre todo si estoy con alguien, con poca gente, no en la multitud, eso me agobia, pero cuando estoy en “petit comité” me encanta ser agradable y hacer bromas. un mecanismo de defensa. Siempre he sido muy payasa, muy rebelde, pero payasa. En el colegio imitaba a todo el mundo, a alumnos y profes. Creo que me viene de fábrica. Mi padre era muy bromista.

Así que retiro lo de sufrimiento, pero por lo menos no he perdido la sonrisa con tantos palos.

¿Qué es para ti la esencia femenina?

La lucha… Tirar hacia delante siempre, pase lo que pase. La fortaleza, dar amor a mansalva, la paciencia, el trabajo… Y sobre todo, el poder de crear vida dentro de nosotras, eso es bestial!

¿Y la masculina?

Tiene más que ver con la violencia, aunque no quiero decir que sean violentos, pero es más hacia fuera. Posiblemente también la lucha, también son luchadores. En el fondo, todos tenemos las dos esencias en nosotros y si los hombres aceptaran más su lado femenino, nos iría a todos mucho mejor. Y desde luego sin su semilla no sería posible el milagro que ocurre en nosotras.

¿Te consideras feminista?

Sí, totalmente. Pero también tengo que decir que con quien más me enfado es con las mujeres. Las más machistas somos muchas veces nosotras mismas. Estamos como estamos porque nos dejamos. Cuando veo cómo se dejan tratar chicas jóvenes de hoy en día por sus novios muchas veces no me lo puedo creer. A los hombres los crían mujeres y parece que crían a hombres machistas. Nos equivocamos en querer ser iguales, no somos iguales.

Tenemos que ser iguales ante la ley, tener los mismos derechos y obligaciones pero nada más. Porque luego pasa que tenemos que demostrar que somos iguales en todos los sitios, en el trabajo, incluso cobrando menos, y luego llegamos a casa y seguimos trabajando. Trabajamos el doble. A día de hoy, en el siglo veintiuno, ¿pero eso qué es? Tenemos que luchar más y defendernos más, eso está más que claro.

¿En qué proyectos estás ahora?

Ahora estoy en el proyecto de serenarme, quiero reorganizar mi trabajo, ver si quiero seguir con las grullas o volver a trabajar con otros materiales.

También necesito parar un poco, porque estos últimos cuatro años han sido de mucho trabajo e intensidad. Además tengo que enfocarme a la venta, he producido mucha obra y ahora necesito aprender a venderme y seguir adelante. Si soy constante, lo voy a conseguir, aunque ojalá me toque la lotería, así podría ayudar también a los demás.

¿Cómo te imaginas en diez años?

Me veo trabajando en un taller que hay al lado de mi casa; es una nave enorme. Me encantaría, porque significaría haber conseguido prosperar. Contaría con una asistente personal que me llevaría el papeleo y tendría un equipo de ayudantes, porque supongo que en diez años me costará más llevar los materiales. Pero eso sí, trabajando siempre. De hecho justo ayer lo pensé escuchando un programa de radio sobre las dificultades en esta ciudad de las personas con minusvalías: aunque de repente me quedara en silla de ruedas, podría llegar a mi taller y cortar la mesa a mi nivel y así seguir trabajando. No me voy a quedar sentada, bueno sentada sí, pero no parada.

Entrevista: Alexandra Nicod

Foto: David Sagasta para missnicod.com